viernes, 5 de junio de 2009

La URSS, el PRI, metal y nostalgia

En 1991 se desintegró oficialmente la Unión Soviética. Fue un año de mucha incertidumbre. Mes con mes las cosas se complicaban; la velocidad de las reformas legislativas era vertiginosa. Un año antes se había aprobado una ley que permitía a los países miembros salirse de la Unión si dos terceras partes de sus ciudadanos votaba a favor de ello en un referéndum. El fin ya se veía venir. Tanta anarquía no podía ser aceptada por todos: en agosto, el ala dura del partido comunista apoyada por el Ejército, el Ministerio del Interior y el KGB (según la historia oficial porque existen versiones contradictorias) orquestaron un putsch para salvar el –ya frágil- Estado soviético. Ese mismo verano, se permitió que Metallica tocara en un concierto masivo en Moscú. Me es difícil entender quién tomó esa decisión en el gobierno... pero me cuesta más trabajo imaginar lo que ese concierto significó para muchos.

En 1993, Metallica vino por primera vez a México. Se vendieron cinco fechas en el Palacio de los Deportes. Hoy parece increíble pero durante mucho tiempo, el régimen priista no permitía los conciertos masivos de rock. Aparentemente, fue una de las consecuencias de la fuerte experiencia del festival de Avandaro... organizado más de veinte años antes. Metallica –evidentemente- no fue la primera banda en venir a México pero los grandes conciertos -y sobre todo los de bandas del extranjero- no eran muy comunes. Mi hermana rebelde se aventuró a comprar cuatro boletos para una de las fechas, mi papá nos acompañaría. Ese era mi primer concierto; ningún conocido había ido antes a uno, por lo que no sabíamos cual era la dinámica: si había asientos, si sería un slam generalizado, si habría violencia, si las drogas correrían de mano en mano... Y lo más sorprendente es que se pensaba que ir a conciertos contestatarios no estaba bien visto por el gobierno; como si existiera una lista negra de los amantes del rock. Tal vez, esas ideas surgían de la mente arisca de mi papá, pero no se descartaba la presencia de agentes de la -ya extinta- Dirección Federal de Seguridad... y lo que de eso pudiera resultar. Aunque parezca exagerado, mucha gente pensaba eso todavía a principios de los noventa. A esos primeros conciertos masivos siguieron muchos otros... al grado que hoy se piensa que siempre han existido.

Disfruté mucho mi primer concierto: nunca se me va a olvidar el calor de las explosiones de los fuegos artificiales en la cara (creo que ahora se usan mucho menos), el wa-wa de los solos del animal que Kirk Hammet usa como guitarra, las ráfagas de doble bombo y rifts de guitarra distorsionada, la melena del bajista girando y la imponente presencia de James Hetfield al centro del escenario. Quedé sordo dos días, estaba muy orgulloso de estarlo y muy contento de decirle a la gente que no escuchaba bien porque había ido al concierto de Metallica. Para no quedar mal con la banda conocedora, tengo que especificar que el Black Album, aunque fue el disco con el que conocí a la banda, fue también el último que escuché de ellos... me clavé con los discos anteriores.

A pesar de que ese concierto fue una gran experiencia, creo que las imágenes de Metallica en Moscú, junto con el ambiente de disolución del bloque y la nostalgia por algo que ya no existe, me causaron un impacto más grande. Vi esos videos por primera vez en unas grabaciones pirata en formato Beta, que vendían los metaleros del fondo del bazar de Lomas Verdes. Siempre me imaginé entrando a la plaza roja con esta canción:

Saubere Wände

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